lunes, 11 de mayo de 2015

Parte Uno: Imperfección

"Ahora sólo somos tú y yo. Quiero que con lentitud te acerques a mi pecho y escuches que aún el motor de mi cuerpo no ha parado. Dame tus dedos y comprueba que todavía soy capaz de emanar calor, a pesar de que parezca todo lo contrario. Es ahora o nunca..."


Cientos y cientos de metros de piedra, enroscados como una cadena de ADN, se elevaron en medio de la profundidad del denso bosque, ubicado a la orilla de uno de los más extensos ríos de aquel país que parecía haber sido olvidado y abandonado, donde a ratos el silencio reinaba en él y ninguna forma de vida se hacia presente. En lo alto de aquella estructura de piedra, que terminaba en un pequeño aposento, se hallaba, prisionero y recostado sobre el piso, un cuerpo que era difícil de definir y que estaba cubierto por una delgada manta de seda que dejaba ver la transparencia de su ser: casi podía observarse el paso de los glóbulos rojos por esos tubos conductores de tan preciado tejido; podía observarse el color blanco perlado de las masas musculares, el movimiento de los órganos que se alojaban tanto en la cavidad torácica como en la abdominal, pero sobre todo, el gran poder de aquel que estaba alojado en el pecho y movilizaba la sangre a una velocidad impresionantemente rápida. No había señales aparentes de que el estado en el que se encontraba aquel cuerpo fuera algo pasajero, no había ni siquiera una señal de desgaste, parecía que ese prisionero había sido dejado desde su concepción u origen en tal lugar sin un motivo explícito.

Las paredes y en especial la puerta, confeccionada de metal que con el paso del tiempo había sufrido una oxidación parcial, eran los fieles testigos del duro invierno que estaba terminando en aquel tiempo; todo el marco de la puerta había estado unido a ésta por una densa y fuerte capa de hielo, ya que por cada 100 metros que se subía en esa estructura bajaba aproximadamente 1.5 grados la temperatura; había una pequeña pero resistente ventana de vidrio, que justo en aquel momento dejó que los últimos rayos del sol penetraran ese pequeño cuarto y terminaran de derretir el hielo que había dejado el invierno intempestivo. El agua empezó a escurrir por el marco y con su temperatura fría toco los miembros posteriores del cuerpo, que reaccionó con un movimiento brusco, revelando unos grandes y profundos ojos color miel; un sonido corto y seco acompañó a su incorporación . Ya la luna había aparecido para sustituir al sol en el cielo, y las pequeñas pero brillantes estrellas le hacían compañía en el extenso y profundo manto estelar.

Una desesperada acción hizo que, como una persona que había perdido la cordura, se levantara y comenzara a golpear la puerta, manchándola con la sangre que liberaron los pequeños capilares de sus manos al estrellarse con fuerza contra el metal. La puerta cedió, el hielo terminó de derretirse por completo, aunque con la misma acción desesperada ese frágil individuo se estrelló posteriormente con una pared de piedra, para después observar el inicio de la gran y retorcida escalera de piedra. Haberla visto era haber visto casi un abismo, ya que a pesar de que era de piedra, había justo en su centro un orificio lo suficientemente grande como para determinar su altura; al filo del primer escalón, el individuo detenido, con la respiración pausada y tratando de mantener el equilibrio para no caer, se percató que el borde de cada uno de los escalones tenía pequeños fragmentos de vidrio, de diferentes tamaños y grosor, aunque lo suficientemente filosos como para desgarrar hasta al más duro tejido. Justo al ver uno de los fragmentos más grandes, que se localizaba en medio  y 3 escalones debajo del que estaba, observó su reflejo y una marca azul en su frente: Un triángulo con un círculo dentro, atravesado a la mitad por una línea, ¿Qué significaba aquello y qué era lo que quería darle a entender?

Con mesura empezó a descender la larga espiral, que en sus paredes tenía un sin fin de grabados desgastados por el paso del tiempo y uno que otro tejido adherido: piel, uñas o dientes que formaban frases  y patrones de difícil interpretación, los cuales observó con atención para tratar de entender. El descenso había terminado y la luz de la luna iluminó sus pies al borde del marco de piedra; ese individuo dilató sus pupilas para observar frente a él un enorme, denso y luminoso bosque repleto de diversos árboles que tenían cortezas de diversos colores: plateadas, doradas e incluso negras.


Por primera vez sus pies sentían la aspereza del césped que a cada paso se colaba momentáneamente entre sus dedos; el frió que cubría la atmósfera del bosque profundo generó una sensación de placer mientras se deslizaba con detenimiento entre los diferentes árboles y contemplaba su conformación: al inicio unos pequeños, plateados y retorcidos; más adelante unos grandes, negros y asombrósamente gruesos, sobresalientes en las copas del resto y al final un grupo de árboles transparentes como el cristal, de apariencia lisa con unas ramas que se entrecruzaban. El brillo de ellos llevaron a ese cuerpo a tocarlos: por un momento sintió la delicadeza y la perfección de su confección como una sensación especial, hasta que toco el filo de una hoja y esta provocó una apertura en la piel de su palma, haciendo caer unas gotas de su sangre al suelo.

La gota logró, a través de las diminutas grietas del suelo, colarse hasta encontrarse con la raíz del árbol que había provocado su salida; justo en ese momento aquel árbol viró su color al rojo de la sangre y  como una reacción en cadena hizo que cada uno de su tipo lo hicieran, perdiendo el bosque, poco a poco la luminosidad que irradiaba. De haber sido ese hecho el único, su corazón no hubiera empezado a latir aceleradamente, pero los árboles altos empezaron a retorcerse hacia la parte baja del bosque, los pequeños extendieron sus ramas para comenzar a cerrar el paso y los otros emitieron mas ramas entrecruzadas: el bosque había detectado al intruso y no pensaba dejarlo salir. Su cabeza giró rápidamente para observar el único acceso y se percató de que poco a poco se cerraba dicha entrada; comenzó a correr mientras trataba de entender el por qué de la situación. Justo a 2 metros de la salida, una rama cruzó cerca de su pie y lo hizo caer, haciendo que se raspara la cara, sin embargo se incorporó velozmente y logró salir de ahí.

La luz de aquel lugar empezó a consumirse lentamente, y al borde del acceso, se hallaba en el suelo aquel individuo, asustado y sin poder explicarse que había ocurrido. Sus rodillas estaban raspadas porque habían sido las primeras en tocar el suelo al salir abrúptamente de aquel bosque que ahora se consumía y reducía poco a poco. Pronto comenzó a experimentar una nueva pero desagradable sensación: el dolor. Tocó con cuidado su piel desgarrada y de nuevo unas gotas de sangre salieron de sus pequeños vasos lesionados. Después de tal evento, creyó que lo correcto era retirarse del lugar y no dejar ni una sola huella de aquel percance. Levantó su mirada y observó la grandeza de la Luna en el cielo: su majestuosa presencia iluminaba cada rincón de aquella silenciosa tierra, incluso los restos del enorme bosque que en esos segundos terminaba de consumirse. Justo cuando la Luna iluminaba lo último del bosque, un haz de luz toco el filo del río cercano.


El correr tranquilo del agua invitó a aquel individuo a adentrarse y limpiar los restos de sangre. Se acercó con cautela. De alguna forma el reciente evento había generado desconfianza en él. En el borde de la tierra con el río logró mirar de nuevo, el reflejo de su rostro y ese triángulo azul, conteniendo un círculo y siendo cruzado por una línea que lo partía por la mitad. Lo miró fijamente, tratando de entender que era lo que significaba para él. Pronto deslizó sus dedos dentro del agua y la cálida temperatura lo invitó a entrar por completo. Conforme avanzaba hacía el centro el agua cada vez alcanzaba mas su temperatura corporal. Justo en el centro de aquella agua comenzó a disfrutar de esa sensación, deslizando sus manos por debajo de ella y tocando sus rodillas heridas. La luz de la Luna tocó la superficie del agua. En su rostro se dibujo una sonrisa; pudo comprender que había entrado en comunión con el medio que lo rodeaba y empezó a tocar toda la extensión de su piel,  a disfrutar el deslizar el agua sobre ella. Por debajo del agua, ella se encargó de disolver y remover la sangre sobre la piel, diluyéndola y extendiéndola por todo su caudal.

Esa fue una segunda señal que rápidamente fue identificada. Mientras disfrutaba el sentir del agua sobre su piel, silenciosamente, y rodeándolo, se desplazaron unos seres de piel negra, misma que los hizo pasar desapercibidos en su recorrido hasta su meta. Repentinamente sintió unos dedos sobre sus piernas: eran varias decenas de ellos. Trató de resistir pero al mirar al fondo del río vio como esos seres tenían los ojos rojos como su sangre. El espanto que le provocó hizo que su fuerza se redujera y cediera ante la de sus captores. Ellos lo tomaron con fuerza y comenzaron a recorrer con todos sus dedos toda su piel. Un grito agudo y fuerte hizo que aquella tierra dejará de ser silenciosa. Fue el grito más agudo y desgarrador, producto del desgarro de los dedos negros sobre su piel, sus músculos y sus tejidos. Ellos comían lo que sus dedos les permitían tomar del pequeño y delicado cuerpo que se encontraba justo en medio de todos.


El sonido cedió. Su corazón se detuvo y su sangre también; sólo era reconocible el sonido de los dientes que desgarraban y procesaban músculos, vísceras e incluso huesos. Ahora en medio había sólo una pequeña parte de ese ser, que en cuánto sus captores cumplieron su cometido y saciaron su hambre, dejaron sin la más mínima preocupación. Mientras desaparecía hacia el fondo del río, de su frente desapareció, poco a poco, esa figura iluminada azul que lo mantuvo cautivado por los segundos que logró verla. A la par que sus restos se desplazaban hacia el fondo, los captores lo hicieron pero hacia afuera del agua. Limpiaban sus bocas llenas de sangre con el agua del río. Secaban sus cuerpos al borde del río, y caminaban lentamente de regreso a casa. Todos se movieron en diversas direcciones, y justo en el momento que los restos del cuerpo tocaron el fondo, ellos detuvieron su paso. Sus pechos se tornaron calientes, sus manos tocaban la piel sobre su corazón que hervía y comenzaba a distribuir la sangre caliente al resto de sus cuerpos. Algunos de ellos cayeron en el mismo sitio dónde había comenzado aquel evento, mientras que otros caminaban con lentitud y esfuerzo, con la esperanza de pronto calmar aquel sufrimiento.

Varios de ellos caminaron un par de metros, después comenzaron a recorrer el suelo sobre sus rodillas mientras tocaban su pecho, y al caer su cuerpo sobre éste, las puntas de sus pies comenzaban a volverse ceniza, extendiéndose esto al resto de sus cuerpos. De nuevo aquella tierra dejo de ser silenciosa, sólo que en ésta ocasión fueron muchos gritos los que hicieron acorde y se extinguieron como el de la presa que, momentos antes, había gritado desesperadamente.

Pronto todos desaparecieron. La Tierra comenzó a fragmentarse y una rápida implosión se hizo visible en la inmensidad del infinito universo. Después de eso todo fue una enorme, fuerte y majestuosa luz irradiada por un cuerpo de forma indefinible, un cuerpo que ahora pasaba a ser uno más que nacía en la profundidad del universo. Una luz que jamás dejaría de existir como lo hizo el individuo en la profundidad del extenso río de aquel país abandonado.