miércoles, 5 de enero de 2022

Parte Tres: El muro de cristal








Elizabeth Grant



Esa noche, en medio del cielo lleno de densas nubes, éramos solo tú y yo, uno frente al otro. De mi pecho salió una luz dorada, y acto seguido tú la tomaste con rapidez, mientras golpeabas mi pecho con fuerza en dirección contra el suelo. Sólo pude ver como desaparecías entre las nubes mientras las hojas de los árboles cortaban mi piel en mi paso hacia el suelo. 



Que difícil es tratar de trazar un camino cuando has perdido tu propia luz y lo que te rodea es la oscuridad, el frío y la brisa de la lluvia a las 4ÆM. Jamás imaginé que estaría en este lugar: un enorme bosque repleto de árboles que tienen diferentes tamaños, grosores e incluso formas. Es incluso difícil cuando ni siquiera tienes un lugar a donde llegar porque el espacio que era tuyo, ha sido robado por un impostor. Aquella noche pudo haber sido una como cualquier otra, sin embargo, sobre las copas de los árboles, en lo que parecía el núcleo de aquel bosque, una serie de luces intermitentes llamaron mi atención. 

Esa luz fue suficiente para trazar mi camino a descubrir que era lo que sucedía: justo en el borde de la emisión de luz había decenas, tal vez cientos de cuerpos que interactuaban unos con otros, ya fuera a través de una caricia, un beso, un abrazo o una penetración, en cada contacto se ilumina una chispa en el receptor y de ahí se desprendía una diversidad de luces, sin embargo, todo era luminoso. Incluso parecía como si el cielo hubiese bajado a la altura del suelo porque todo estaba rodeado de intensas y densas nube, algunas incluso emanaban de la boca de unos por aquí y otros por allá, pero era justo eso lo que daba luz a este lugar. Por un momento me detuve a pensar si tal vez la luz que había perdido podría encontrarla ahí y que tanto podía obtener un poco de la chispa de cada uno de los que se consumaron en un acto comunitario donde se mezclaban brazos, bocas, órganos sexuales y pieles. Alguien me detuvo justo cuando pensaba dar el paso para entrar al encuentro: una mano tocó mi hombro y me jaló con fuerza y me dijo "No lo hagas, una vez que entres ya no podrás salir, ¿Eres nuevo por aquí?". La respuesta real a esa pregunta, en mi mente, fue un no, porque tal vez no había estado en ese lugar y tiempo específico, pero un rostro o un par de labios jamás podré olvidarlos, tal vez haya olvidado sus nombres, pero sus caras, sus labios y sus caricias viven en mi memoria. 



Volteé a verlo con detenimiento: tenía exactamente la misma altura que yo, con unos ojos grandes pero con una forma especial de modo que daba a su rostro una apariencia de tristeza y que frente a mi, extendió su mano y se ofreció a llevarme a resguardarme en el sitio donde él se resguardaba. Mientras comíamos juntos, él hablaba sin parar sobre lo que había visto y los "peligros" que conllevaba estar ahí, me hizo prometerle que no cruzará esa barrera y a cambio el podía dejarme estar en esa cueva que habitaba como hogar. Cuando has perdido tu luz y necesitas el tiempo suficiente para encontrar el modo de como tenerla de nuevo, la bondad de un extraño no parece para nada algo malintencionado o interesado. A pesar de ello, y que prestaba atención a lo que él me señalaba y contaba sobre aquel lugar, por el filo de lo que era la puerta de aquel lugar se colaban esos rayos de luz e incluso una que otra chispa. Tuve que contener esas ganas de poder dar ese paso para realmente conocerlo por cuenta propia a cambio de no romper el acuerdo al que habíamos llegado. Sin embargo, una noche a solas algo llamó mi atención. Ese día las luces no eran las típicas que se veían con cierta periodicidad, ahora las luces eran de distintos colores e intensidades. Caminé con pasos titubeantes y me quedé al filo de las nubes para tratar de descifrar luces, cuerpos, conexiones. Había una luz en particular al centro, un aura de color azul intermitente donde se veía como varios cuerpos interactuaban con uno al centro. tal vez un par de manos y unos labios aferrados al cuello que sostenía una cabeza donde lo primero que identifiqué fueron los ojos grandes con los que había convivido estos meses, pero esta ocasión no estaban llenos de tristeza sino de placer, un placer que incluso su piel, tersa como la de un durazno, exudaba de abundante sudor. Más cuerpos se sumaron, pero el último de ellos dejó una marca en su cuello. 

Me detuve a pensar la facilidad en nuestros cuerpos, mentes, límites y acuerdos pueden romperse con gran facilidad y algunos de esos elementos jamás regresan. Sentí que estaba en mi derecho a cruzar el borde y experimentar lo que se me había negado. Tan sólo 10 segundos después, entendí el porqué de muchas cosas: entre esas densas nubes, desde la base de mi ano  o de la punta de mi glande, una luz entraba o salía de mi con una intensidad y un enorme placer que jamás había experimentado, uno que recorría desde la punta de mis dedos hasta la base de mis pies, una que incluso causaba una sensación intensa que recorría toda mi espina dorsal y que explotaba en mi cabeza con una inundación de neurotransmisores que sólo había podido sentir, ver y experimentar en esas circunstancias. 

No tengo la certeza de cuánto tiempo dure así en aquel lugar, sólo recuerdo que cuando abrí los ojos mi piel tenía un color amarillo y sentí que estaba recostado sobre la corteza de un árbol. Un impulso en mi me llevo a levantarme y a correr a lo que yo visualizaba como el lugar por donde había entrado, pero entonces me estampé con un muro frío, duro y que cuando alcé la mirada, me di cuenta que se levantaba lo suficiente para hacerlo casi imposible de escalar para poder salir. Era un muro de cristal que tenía una ligera tonalidad azulada, con un olor a plástico, pero con la firmeza del cristal en su estado más puro. Cuerpos iban y venían, algunos aumentaban su tamaño y su luz, mientras otros la perdían y reducían su tamaño hasta desaparecer. 


He perdido realmente la noción de cuánto tiempo llevo aquí adentro, y es extraño porque somos tantos y a veces me siento solo, es como si mis ojos hubieran dejado de comunicarse con mi cerebro porque veo tantos cuerpos pero me siento solo; también me he percatado que mi luz se ha tornado de color amarillo, he estado pensando lo suficiente para mantenerla y encontrar como salir de aquí. Entre nubes y luces de colores, con 4, 8, 15 o 40 cuerpos más hemos hecho una pieza perfecta conglomerada de seres que por una u otra razón estamos ahí, compartiendo una parte de nosotros para, momentáneamente hacer comunidad. 

He logrado ver tus ojos después de tantos días, y he corrido para exigirte una explicación. Ni siquiera te has percatado de mi presencia porque eras el centro de aquel aglomerado de cuerpos que entraban y salían de ti sin cesar, aunque con la suficiente fuerza logré tomarte del cuello y azoté tu cuerpo contra el muro de cristal. 2 puñetazos contra tu cara me hicieron darme cuenta que no eras tu del todo: habías confeccionado una máscara con pequeños fragmentos de pieles de diversos colores, que formaban un vitral cutáneo tan precioso que sólo al mirarlo con detenimiento podías notar su constitución. Apreté tu cuello con fuerza y te exigí una respuesta, mis lágrimas se derramaban sobre tu máscara y se colaban entre los pliegues que unían un fragmento contra el otro. Tus ojos ya no estaban llenos de tristeza, estaban llenos de vacío porque no había nada en ellos y de tu boca tampoco salían palabras, a pesar de que tu cuerpo emitía un aura celeste preciosa. Derramé cientos de lágrimas mientras apretaba con fuerza tu cuello, y luego con mis manos sujeté tu cabeza y la roté 90° sobre su eje. Comenzó a concentrarse el aura en tu pecho y quedó al filo de tu boca, y jamás olvidaré que fue ese ultimo beso el que nos unió cuando tomé tu luz y, acto seguido, con la fuerza que mi cuerpo emanaba, un fragmento del muro de cristal se fracturó y yo encontré mi salida. Antes de irme, con el filo de mis uñas, de la forma más delicada te quite la máscara que portabas y la hice mía, y ahí, justo en la piel real, estabas tu pero ahora sin luz y sin vida. 

Tu luz comenzó a recorrer todo mi cuerpo y le dio un nueva tonalidad, me atreví a mirar tu cuerpo inerte ya fuera del muro de cristal y como es que aún así, había quien se acercaba a tu cuerpo para tratar de obtener algo de ti. 

Me detuve al filo del muro y del lugar por donde salí y me percaté que las cosas lucían tan diferentes desde dentro que desde fuera: Ese muro se convirtió en un espejo y con él, tu máscara se volvió parte de mi y ahora sé que aunque ya no estás ni aquí ni allá adentro, un fragmento tuyo vivirá en mí.



Li Lykke Timotej Zachrisson