jueves, 4 de julio de 2013

Capítulo Onceavo: El Nombre Del Fantasma Blanco (II)

Fueron 3 veces, 3 malditas veces que en esa mañana sonó el despertador que estaba sobre la superficie de aquella mesita, a lado de la cama donde horas antes había programado la alarma que me levantaría ya que tenía una importante cita. Y fueron 3 veces porque la primera la escuche lejana en mis sueños, la segunda la escuche muy fuerte y la tercera fue la que me hizo estirar el brazo para apagarla. Por la ventana se colaron unos rayos de sol, iluminando de forma parcial la cama donde estaba acostado y mis ojos poco a poco se abrieron, víctimas de las lagañas matutinas. Eran las 10:20. 40 minutos para mi esperada cita, y lo primero que hice fue saltar de la cama. Corrí al baño y mi mal calentador de agua me obligo a salir en 3 minutos de la  ducha, porque el agua paso de caliente a fría cuando el jabón me entro por un ojo y me lo enrojeció. Tomé las prendas que había dejado en la cama y me las puse lo mas rápido que pude, me puse mis tenis favoritos color azul y tome algo de dinero. Escuché como me decían "¿A dónde vas?.." pero ese "¿A dónde vas?..." se perdió en el espacio que fui dejando de mi morada. Mi frente sudaba y yo comencé a correr por las calles, pensando que no llegaría a tiempo y perdería una oportunidad mas que la vida me daba. 

Justo a mitad del camino sentí como deseaba orinar, y no fue sino hasta que llegué al supermercado, que me di cuenta que me había puesto los calzones al revés, y que mi tenis derecho se había roto por la también prisa que llevaba. Salí y de nuevo corrí. Corrí como nunca antes lo había hecho, cuando de repente escuché un claxón y vi como un carro plateado se detuvo frente a mi. Él grito "Pendejo" y yo grité "Hijo de Puta". Sólo miré como se perdió entre todos los carros y lo siguiente que vi me dejo sorprendido. Debajo de donde el había pasado estaba ahí, en el piso, con esas curvas blancas y esas enormes letras él, aplastado y ponchado, viejo y con marcas de llantas. 

Aún puedo recordar aquel sábado por la mañana que lo conocí. Era un día "especial", de esos que sólo ocurren una vez al año y nos dejan muy claro el día donde comenzamos a existir sobre la faz de la Tierra. Emocionado me dirijí al estudio en la búsqueda de los regalos pero nada, ahí no había nada, y mi mirada se escapó por la ventana del estudio, que se dirijía al comedor y a la sala, y ahí estaba esa enorme caja blanca con ese enorme moño rojo. De nuevo corrí pero ahora al comedor y cuando iba a abrirla escuché "Lo abrirás hasta que se parta el pastel". 

Nunca en mi vida las horas, los minutos y los segundos habían pasado tan lento, porque después de esperar 3 horas el pastel y después de 3 minutos del obligado "Feliz cumpleaños a ti...." pregunté "¿Puedo abrir mi regalo?"; un movimiento de cabeza me dio la señal de que por fin conocería lo que estaba dentro de esa caja. Rompí el moño rojo, que cayo al suelo junto con la tapa blanca, y de ahí salió con dirección al cielo esa enorme silueta blanca, que daba la apariencia de tener forma de fantasma y no fue sino hasta que jalé del cordel que lo contenia, cuando me di cuenta que tenía unas enormes, brillantes y púrpuras letras que decían 
" W E L C O M E ". Que fortuna había tenido al abrirlo dentro de casa, porque de otro modo hubiera escapado mas rápido. Tan maravillado quedé por tal regalo que me dispuse a presumirlo a quien podía, incluso ate su cordel a mi cintura y a todas partes donde me dirjía todos lo veían. Porque claramente la caja decía - Gas helio con duración de 7 días - y pensé que aunque poco, el gusto me iba a durar por siempre. 

Las miradas eran diversas: unas de duda, otras de burla y otras mas de repudió, pero la sonrisa nadie me la quitaba, o al menos eso pensé, porque fue al tercer día cuando regresé al parque al que había ido el primero, que sigilosamente se acercó a la banca donde estaba sentado contemplando el cielo, un niño de cabello corto y sonrisa burlona, con sus tijeras rojas como el moño de la caja, ese niño que cortó el cordel que unía a mi regalo a mi. Justo cuando vi como se elevaba miré a mi alrededor y observé como ese niño corría, y en vez de perseguirlo, ahora contemplaba como aquel regalo se escapaba de mi y a su vez escapaba de las nubes que también querían hacerlo suyo, porque el se elevó y se perdió entre ellas con rapidez. 

Ahora estaba ahí: 87658 horas, 3652 días, 520 semanas o mejor dicho 10 años después; y ahora él estaba entre mis brazos, con mis lágrimas que desdibujaron unas cuantas marcas de auto de su cubierta que parcialmente era blanca y parcialmente era gris. Jamás pensé que volvería a verlo y menos en esas circunstancias, porque el día que lo perdí, de regreso a casa pensé que si subía demasiado iba a explotar y aparecería en cualquier lugar. Lo tomé entre mis brazos y me levanté con él. Eran las 10:55; de nuevo corriendo para no perder de nuevo otra cosa en la vida y llegué al sitio acordado. Por un instante el olor a naturaleza y en específico, el olor de los árboles, tranquilizo a mi ser. Eran las 11:00. Revise mi teléfono y no había ni llamadas ni mensajes de texto. Esperé 5, 10, 15, 20, 25 minutos y nada. Esperé 30 minutos y fue el peor de los silencios que pude experimentar en mi vida. Mi cabeza dirjía a todas partes mi mirada que buscaba lo que esperaba. Pero nada. y esos 30 minutos se volvieron 45 cuando de nuevo volví a ver mi teléfono: ninguna llamada y ningún mensaje de texto. Dejé caer esa silueta semiblanca y miré mis manos negras. Las llevé a mi rostro y fue justo en ese momento que me di cuenta que no había engañado a nadie durante todo este tiempo, porque a quien en verdad había engañado era a mi mismo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Intrigante historia; cómo un día que puede ser trivial llega a tocar así el alma....
Ross