lunes, 1 de julio de 2013

Capítulo Décimo: La Distorsión Del Egoísmo

"Sacar conclusiones antes de tiempo, casi siempre, es sumamente arriesgado. La pronta conclusión y el corto diálogo serán los elementos que la mente tomará para hacer de las suyas. y es realmente donde aquí se observa que cada cabeza es un muy diferente, y en especial, particular mundo..."


El ligero sonido del viento y el crujir de los huesos era lo único que sonaba aquella noche. Era una costumbre estar frente aquel lugar para de nuevo poner a prueba los conocimientos y las técnicas aprendidas. Es raro saber que ese lugar tan solitario fuera parte de un paraíso que no había diseñado un área para tal fin, pero ahí estaba él, esperando una respuesta y escuchando como sus palabras se convertían en eco. De repente trás él apareció a quien con tantas ansias esperaba. Era tan diferente su apariencia a lo que en verdad era, pues detrás de esa piel azul esmeralda y esos ojos negros, en los cuales ni la misma luz se reflejaba, se encontraba un ser tan sigiloso, inteligente y perspicaz, que incluso a veces se atrevía a afirmar cosas respecto a su rival, cosas que ni el mismo sabía. De no ser porque Lucis había desarrollado durante los últimos meses, específicamente el último, muchas habilidades que ni siquiera sabía que existían, tal vez hubiera sido el primero en recibir un fuerte golpe de aquel rival. No era esta la primera vez que ocurría un encuentro así, y a ciencia cierta, justo en aquel momento Lucis empezó a dudar de si sus conocimientos representaban una ventaja o una desventaja ante tal situación y tal rival. 

Después de evadir el ataque, Lucis logró voltear y observó fijamente los ojos de su rival. De nuevo recordó todo lo que le habían dicho de él , antes de que se diera la oportunidad de conocerlo personalmente, y lo que mas logró recordar es como, aquellos que habían salido ganadores, le dijeron que ese enemigo en un abrir y cerrar de ojos cambiaba por completo la forma en la cual había programado su golpe. En ese instante sintió como por su médula un escalofrío se había filtrado, obligando a su cuerpo a liberar una pequeña cantidad de sudor por aquellos poros que pertenecían a esa piel tan suave, tan tersa como la piel de un durazno que está a punto de caer de un árbol. En esos ojos no había nada, y tal parece que su color quería dar a entender algo mas que la nulidad de los mismos. Un ligero movimiento de manos, que se elevaron al cielo con una impresionante rapidez, y al siguiente momento yacía Lucis, con su cara raspada en el piso, debajo de los brazos de aquel sujeto, con su pecho que parecía que iba a explotar porque el corazón estaba a su máximo bombeando la sangre a todas las partes de su ligero cuerpo. Sólo hacía falta esperar el golpe decisivo. Por su mente paso la idea de que todos los momentos importantes de su vida iban a pasar con tal rapidez y lucidez que incluso podría no sentir o detectar el momento en que su misma existencia se esfumaría. El suelo estaba húmedo, de concreto que con el tiempo en vez de ser gris ahora era negro, y con algunos relieves que fueron los causantes de los raspones en su rostro. Tras las vitrinas de cristal que observó, detectó que hace algún tiempo habían dejado de funcionar, y que ese denso polvo que cubría unas cuantas manos y unas cuantas caras daba la apariencia de años y años de soledad. Fue tal la presión que recibió su cuerpo que esa última imagen que registro su cabeza empezó a distorsionarse, y entonces fue cuando en ella misma se planteó la idea de si eso era el final. Su sangre fluyó con lentitud y de la punta de su nariz se deslizó una gota, que en apariencia daba la imagen de ser sudor, pero que en realidad era una lagrima que encontró ese otro camino, aquel que no la llevaría a la boca para ser probada por su productor. De los labios del atacante salieron unas palabras que hicieron que la piel de Lucis se enchinara como la de una gallina, y la miosis se hizo evidente para después el campo de visión perderse por completo. 

Ese corazón se había detenido. El captor reveló una sonrisa ligera pensando que aquel encuentro había sido el más fácil de todos los tiempos, y entre sus brazos tomo el premio del cual se creía merecedor. Una fuerte tentación lo llevo a tocar esa piel, esa cara e incluso a probar esas gotas de sangre de la misma, que sabían como a un delicioso elixir y que le provocó una sensación de placer. En tan poco había tanto, pensaba mientras caminaba con paso lento porque la siguiente cuestión a resolver era ¿A dónde ir?.

Mientras su mente divagaba un poco y su cuerpo se recuperaba de la energía, aunque poca pero gastada en el combate, por el suelo de forma silenciosa se deslizaban elementos que la propia oscuridad los dejo en el anonimato. De no ser por el sitio que habían acordado para el encuentro, hubiera representado una ventaja para él saber que eran rojos como la sangre de Lucis. Justo cuando había determinado el lugar a donde habría de dirijirse, miró con atención aquel cuerpo sin vida que dejo por unos segundos en el suelo. Tan complejo, tan difícil de describir la emoción que sintió cuando después logro deslizar sus dedos por la piel de sus brazos hasta llegar a ese pecho que aún se hallaba caliente. Levanto la mirada al cielo y cuando unas lágrimas cayeron al suelo, de la forma mas repentina y sin aviso se deslizaron por sus brazos y sus piernas esos tentáculos furiosamente. La Tierra reclamaba lo que creía suyo y no dejaría que se fuera con tan deseado trofeo. Fue su estúpida reacción la que pronto acabo con su existencia, que al forcejear con ellos,  se extendieron por toda su piel azul esmeralda haciéndola prisionera,  apretándola y destruyéndolo en cientos de pequeños pedazos. Tiempo antes el había subestimado aquel lugar que hoy había terminado con su vida. 

Después de agitarse un poco para eliminar los restos de sangre, ahora la tarea de aquellos era entregar lo mas integro posible el cuerpo de Lucis, pero como una dulce y terrible obsesión se detuvieron antes de tocarlo. Sólo estuvieron como locos dando vueltas por encima, cuando de la manera mas inexplicable, aquellos ojos color aceituna viraron su color a un azul fuego intenso, que pronto se convirtió en la verdadera llama de aquel lugar. Pequeñas flamas brotaron de esos ojos y esa cáscara contenida empezó a fracturarse. Al siguiente instante los vidrios dejaron de existir, el polvo se extendió por todo el lugar y una terrible explosión dio fin a ese sitio. El cuerpo de Lucis se convirtió en ceniza que se extendió hasta los límites mas lejanos del paraíso que lo reclamo y que por fin lo hizo suyo. Donde una partícula de ceniza de su ser caía, una señal de vida se hacia presente, y fue justo cuando su pecho había sido aplastado contra el piso, que Lucis dejó en su mente la idea de que, aunque estuviera muerto, habría de dejar huella en la Tierra que lo vio nacer y que lo vería morir. Ahora era de todos y era de nadie. Ahora estaba y no estaba presente, porque en todos y cada uno de los que recibieron esa parte de él, tal vez de manera implícita y secreta, seguirá viviendo eternamente con la misma intensidad que lo hizo al estar sobre el recinto donde desapareció del plano de lo visible.

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